2.8.10

La Sociedad de los Trabajos Difíciles

   Los hombres vulgares -decía Ortega- están siempre satisdechos de sí mismos. Dan por buenos sus gustos, preferencias y opiniones, sin reflexionar demasiado. No se exigen nada, no se remiten a instancias superiores, se conforman con lo que buenamente encuentran en su cabeza y están encantados de ser como son.
   Por el contrario, los hombres excelentes viven exigiéndose. No le encuentran sabor a la vida si no la ponen al servicio de una empresa superior o trascedente. Estos hombres desestiman lo que no les cuesta esfuerzo y sólo aceptan como digno de ellos lo que aún está por encima y les reclama un estirón para alcanzarlo. Ésta es la vida como disciplina: la vida noble.
   Confesemos ya mismo que el más ligero examen visual bastaba para advertir que los atorrantes del barrio de Flores no eran criaturas de selección. Sin embargo, un toque de nobleza había tal vez en el fondo de sus almas obtusas. También ellos, sin sospechar siquiera a Ortega, rechazaban lo fácil. Oscuramente vislumbraban que las dificultades fortalecen el espíritu. Es cierto que les sobraba tiempo y que no deseaban comprar un auto. Y bien sabemos que la no adquisición de un automóvil a plazos pone a las personas en disposición favorable para ir en busca de la gloria.
   A pesar de que los cronistas serios se niegan a admitirlo, es indudableque existió en Flores la Sociedad de los Trabajos Difíciles. No es posible determinar hoy en día el lugar exacto en el que se ubica la sede central de esta entidad. En todo caso, nunca debío ser fácil dar con ella.
   Por cierto, los miembos de esta cofradía hacían honor a su nombre y emprendían tareas ciclópeas, con recompensas pequeñas, dudosas o nulas.
   Al parecer, no importaba mucho concluir los trabajos iniciados. La mayoría de ellos insumía la vida entera. Pero los hombres de la sociedad sabían que el camino es mejor que la posada y desdeñaban la satisfacción del sueño cumplido.
   Según se dice, no cualquiera era admitido en el Registro de la Sociedad de los Trabajos Difíciles. Los trámites duraban años y por regla general el desaliento aparecía antes que el carnet. Los viejos del barrio creen recordar algunas pruebas de ingreso. Algunos juran haber visto muchachones en cuatro patas que avanzaban hacia Liniers soplando un maní. Otros cuentan que las mozas aspirantes se depilaban las cejas con guantes de boxeo y que los niños jugaban al tinenti con semillas de uva.
   Al parecer, estas demasías no eran sino aprontes para el trabajo serio, que empezaba después. Lamentablemente, los testimonios son objetables y los documentos, muy escasos. Por lo demás, no queda en pie ni una sola obra que certifique el tesón y el empeño de aquellos desaforados.
   Manuel Mandeb, el polígrafo de la calle Artigas, menciona en uno de sus libros la reinstalación del Campito de las Cuatro Barreras, una empresa coleciva en la que participaron centenares de socios.
   El Campito de las Cuatro Barreras era un potrero que existía en el barrio de Caseros. Como suele ocurrir, los mercaderes edificaron sobre la entrañable superficie. Y lo que antes fue un rincón de solaz, se convirtió en una horrenda colección de construcciones sombrías: casas, oficinas, garajes, departamentos y comercios.
   La Sociedad de los Trabajos Difíciles se propuso reinstalar el potrero, para felicidad de todos, según un plan que comprendia los siguientes pasos:

   1) Adquisición de los inmuebles ubicados en el campito.
   A fin de conseguir los fondos indispensables para lograr este objetivo, los muchachos de la sociedad procuraron primeramente enriquecerse, para lo cual no vacilaron en estudiar medicina, emplearse en inmobiliarias, levantar quiniela, labrar la tierra o aplicar inyecciones a domicilio. Muchos todavía están en esa etapa.
   2) Demolición de los inmuebles.
   3) Reposición de la tierra faltante.
   4) Restitución de la flora y fauna
   Proyecto que contemplaba el problemático hallazgo de los árboles primigenios (una docena de moreras), la siembra de yuyos y cardos, la excavación de hormigueros y la radicación de mariposas, pájaros, piojos, ratas, bichos colorados, gatas peludas y lombrices.
   5) Regreso de los pibes ausentes.

Mandeb afirma que éste es el toque imposible de la tarea, pues exige la presencia de los niños originales, sin admitir sustitutos. Nada cuesta razonar que tales niños crecieron y que la anulación de su edad resultaría todavía mas difícil que todas las otras labores.
   Las tareas colectivas de la sociedad eran menos frecuentes que las individuales. Era, inclusive, una costumbre difundida el convertir las primeras en las segundas y viceversa, al solo efecto de aumentar las dificultades: un hombre solo jugaba al sube y baja; un grupo tocaba la armónica a seis bocas.
   Entre los solitarios notables, hay que recordar a Donato Francese, un deportista que alcanzó cierto renombre en los años dorados de Flores.
   Era un atleta mediocre, pero tenaz. Durante mucho tiempo trató inútilmente de mejorar su marca en los 100 metros llanos. A pesar de todos sus esfuerzos, jamás tardó menos de 14 segundos en hacer el trayecto. No contento con su fracaso, resolvió intentar la hazaña por el camino más largo.
   -La velocidad- decía Francese, mientras resoplaba- permite anular el espacio y el tiempo, que son sus ingredientes. Más gracioso sería dominar la distancia y la tardanza sin correr: hacer el tiempo más pausado y el espacio más estrecho.
   El atleta experimentó con relojes, conversó con los magos de Chiclana, sobornó a los cronometristas y postuló la implantación del Metro Francese, una medida cuya longitud debió ser de unos sesenta centímetros.
   Todavía hace algunos años, ya viejo, se lo veía en pleno entrenamiento, sentado en el umbral de su casa, entregado a la reflexión y con un número catorce en la camiseta.
   También es digna de memoria la Tarea de las Vidas Paralelas. En verdad no se conoce el nombre exacto de su protagonista. Sucede que el individuo sostenía al mismo tiempo siete vidas y usaba en cada una de ellas un nombre diferente.
   Era cuatro veces casado y tres soltero. En la calle Bilbao lo conocían como el rubio Forlensa, en Bocayá era el Negro Fermín. Fue ebanista en el barrio del cementerio y japonés en la plaza. Algunos de sus personajes se conocían entre sí y otros no. Dos de ellos fingían ser parientes. Cualquiera puede imaginar lo difícil que resulta no cometer errores en casos como éste.
Siete casas sostuvo, de puro generoso. Tramitó siete documentos diferentes, todos falsos. Y según cuentan, una noche de 1965 hubo siete velorios en Flores. En todos ellos el muerto era el mismo, pero nadie lo supo.
   Otro campeón del tesón fue Ángel D. Vattuone, el fakir doliente.
   Todos hemos visto alguna vez a los fakires. Sus números son bastante previsibles: tragar un sable, acostarse sobre una cama de clavos, ensartarse una aguja en la lengua, quemarse los pies y cosas por el estilo. Gracias a vaya saber qué artificios, nada de esto les causa dolor. Vattuone se diferenciaba de todos ellos, precisamente, porque le dolía. Desconocía y se negaba a aprender las técnicas que evitan el sufrimiento. Sabía que la atracción de sus presentaciones era el dolor.
   A cien metros de distancia se oían los gritos de Vattuone cuando actuaba. Las púas le desgarraban la piel. El fuego le causaba llagas terribles. Su cuerpo estaba lleno de cicatrices y por lo general terminaba su acto desmayándose.
   Con el tiempo, fueron apareciendo en la Sociedad de los Trabajos Difíciles algunos heresiarcas.
   Socios bizantinos confundían lo difícil con lo complicado. En el campo artístico cundían los retorcidos capaces de volver arduas las cuestiones más sencillas.
   Por ahí andaba el Zurdo Berlanga, bandoneonista extraviado, para quien no había pieza fácil. Sus variaciones y su disimulo impedían saber qué tema estaba tocando.
   El propio Jorge Allen se abstuvo durante quince años del uso de la letra "e" en sus libros de poemas, decisión que -de paso- le impedía firmarlos.
   Tanta locura llama la atención hoy en día. Sin embargo, muchos preceptos de la sociedad alcanzaron éxito internacional. En una época, fábricas, comerciantes e ingenieros de todo el mundo contribuyeron a desarrollar tecnología demencial destinada a ocasionar dificultades.
   Algunas de las incomprensibles creaciones de esta corriente todavía se venden en el mercado: los cambiadores automáticos de discos, las máquinas caseras de hacer café y los automóviles Fiat.
   Ya en los últimos años de su existencia, la cofradía soportó la aparición de adherentes hipócritas que fingían dificultades, dolores, peligros y escaseces para hacerse la fama de esforzados. ¡Qué diferencia con las gestas del fakir doliente y el hombre de las siete vidas!
   Estos canallas despertaban la admiración general haciendo cada vez menos comprensibles sus tareas y hablando de ellas en un lenguaje especializado. Así llegó a pensarse que patear penales, escribir anuncios para fábricas de calzoncillos o jugar al ajedrez eran verdaderas epopeyas, merecedoras de toda clase de adverbios.
   Dicen que la Sociedad de Flores ya ha desaparecido. Pero uno no puede estar seguro. Tal vez sus miembros se impongan a sí mismos la ocultación de sus realizaciones. También se puede pensar que algunas personas integran la cofradía sin saberlo o sin quererlo.
   Al fin y al cabo, el colmo de la hidalguía es rechazar toda ventaja, incluso la de pertenecer al club de rechazadores de ventajas.
   Como quiera que sea, hay que combatir a los socios de Pensamiento Fácil y a los hombres satisfechos de su inteligencia. Con ellos será imposible restituir campitos, vivir muchas vidas o recorrer 100 metros en 10 segundos.
   Si alguno de los lectores conoce el paradero actual de la gente de los Trabajos Difíciles, avísenos por favor. Creo que muchos de nosotros estamos ansiosos por jugar de una vez el juego grande.

Alejandro Dolina, Crónicas del Ángel Gris 

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